Yo no debería estar hoy aquí. No debería haber cogido un avión a Santander ni utilizado un coche en el que solo iba una persona para llegar a Santillana Del Mar. Yo debería estar en Madrid, manifestándome con el resto de ciudadanos por el clima. Haciendo una huelga climática contra el consumo y demostrando que las cosas deben cambiar. Que los que gobiernan deben cambiar y que las empresas que están aprovechando el ruido para posicionar sus productos verdes y sostenibles deben dejar de tomarnos el pelo.

Vivimos un momento en el que las máscaras están cayendo. Los mensajes que durante años han pasado desapercibidos camuflándose como contenido patrocinado y las políticas con grandilocuentes títulos y capítulos tienen los días contados. Estaremos vigilantes, dijo una muchacha sueca de 16 años hace unos pocos días en la asamblea general de las Naciones Unidas. Ella es pequeña, pero clama. Es pequeña, pero argumenta. Ella es pequeña y no se calla. No sé por qué debería hacerlo yo a mis 36 años, con 20 más que Greta Thunberg.
Yo no debería estar hoy aquí, debería estar en de huelga, pero si estoy aquí en el Think Tank despoblación y reto demográfico en Santillana Del Mar (capital rural, según el concurso de Escapada Rural) es precisamente porque creo que es importante que el mensaje llegue: las poblaciones en riesgo de despoblarse son las más frágiles en este panorama de crisis climática. Los sitios con peores infraestructuras, las áreas más alejadas de los servicios básicos públicos, aquellas en las que apenas vive gente y no ‘generan riqueza, empleo’… son las primeras víctimas de los cambios bruscos del clima.
Las zonas despobladas son las poblaciones más susceptibles de sufrir las consecuencias del cambio climático. Y si no me creen a mí insistiendo en esta obviedad, lean el anterior enlace (Turismo y cambio climático, según el ministerio de transición ecológica) el último número de The Economist; el editorial con el que abren su último número –ilustrado con un gráfico de barras de las temperaturas de los últimos años– reitera que las comunidades más pobres son las menos preparadas para afrontar lo que vendrá: inundaciones, corrimientos de tierra, sequías severas, incendios… Así que, claro, hoy tenía que estar aquí y dejar claro este punto.
Cambia el clima, las temperaturas suben, deja de llover o lo hace torrencialmente. Estamos en uno de esos sitios donde esto se puede ver con más claridad. No solo por lo obvio, lo que vemos hoy, que estamos en manga corta y es casi octubre. ¿Quién podría predecir hoy, mirando las nubes el tiempo que hará, como hacían nuestros ancestros no hace tanto? Supongo que es que a nadie le importa ya lo que pueda decir un anciano o una anciana. Las gafas del respeto a la tradición, del saber ancestral, de una cultura realmente sostenible, las soltamos hace tiempo.
Y sin embargo, estamos tan ciegos. Tan separados de la tierra. De la fuente de vida y armonía, el espejo en el que deberíamos mirarnos. Del saber. Que nos importa poco protegerla. Nada. El patrimonio no importa si éste no computa en números, cifras, dinero. Y crecimiento. Porque ese es hoy el indicador de la riqueza. Qué ironía; solo hay que mirar la naturaleza para caer en la cuenta de que nada crece infinitamente sino la basura. Pero es que ya no la miramos. La leemos en clave económica y lineal. Qué error.
Yo no tendría que estar aquí, pero es que yo venía a contarles esto: La vida no puede reducirse a estadísticas que se elaboran en despachos y habitaciones alejadas de la tierra. De lo real. La vida no puede reducirse a trazar reglas generales y legislaciones hechas por gente que no sabe de lo que habla.
Hay muchos términos para definir la despoblación rural. Muchos tristes; todos reduccionistas, etiquetas para generalizar y estigmatizar realidades que se leen desde lo lejos. Ni se sufren ni se entienden. Una de las cosas que pasa con los términos que se ponen de moda (y yo con el medioambiente estoy cansada de leerlos continuamente) es que se gastan. Pierden significado; quedan bien en congresos, en mesas, en subvenciones, en los títulos de las normativas, en las memorias de todo tipo… En los fotos. Pero están vacías si no solucionan. Los decálogos pueden resultar tremendamente virales, pero si no se auditan las cosas, nada cambia.
Solo la honestidad, la generosidad, la empatía y el cambio de paradigma pueden cambiar el mundo. Pero el mundo no se cambia haciendo lo de siempre ni tampoco guiándose por los mismos patrones de riqueza de siempre. Hay que repensar qué es la riqueza. La riqueza no puede medirse por el crecimiento. No se puede sacar de la ecuación de la riqueza el valor del patrimonio cultural. No se puede utilizar el patrimonio como un motor de generar riqueza a cualquier precio. Y esto pasa mucho. Y pasa mucho porque las personas que toman estas decisiones, no ven la fotografía completa; ven el corto plazo y el dinero, no se creen que eso deba ser protegido.
Pasa igual con el patrimonio natural. Hay cientos de sellos que premian lo material y lo inmaterial. Etiquetas que posiblemente atraen turismo. Pero en España se financian los toros –la tortura no es cultura– y se desprecia la creación y el patrimonio cultural de los oficios. ¿Por qué se financia la tauromaquia, considerada un arte, pero no existe una escuela para que no se pierdan oficios como el de las bordadoras, tejedoras, artesanas de todo tipo?

¿Porque son mujeres, porque no se considera cultura o porque no existe un retorno económico inmediato? Mi opinión es que por todo esto. Ningún elemento sobra y posiblemente haya alguno que falte.
En este país la cultura nunca fue un valor a proteger. Culturalmente la cultura nunca fue parte de la cultura. Tampoco el pensamiento. “Pensar y expresarse es peligroso, participar en los procesos de toma de decisiones es peligroso”. Hoy me ha quedado meridianamente claro. Debatíamos en grupos de trabajo sobre el turismo como herramienta contra la despoblación rural y uno de los representantes del Gobierno de España no ha dejado hablar a nadie.
Ojo, este señor se encarga del departamento de turismo sostenible (que ha reconocido que para él va antes la tecnología que el medioambiente en ese departamento bizarro donde cabe todo menos lo que debería caber, un ejemplo más de que los términos se confunden y da igual) ha impuesto sus pareceres sin importarle no tener ni idea de a quién representa y qué quieren, les preocupa y demandan.
Recuerdo que entrevisté para Ethic a la secretaria de Estado de turismo y no sabía ni que había sido el año del turismo sostenible, ni sabía de qué le estaba hablando cuando mencioné el medioambiente (de lo que iba la entrevista, por cierto). Aunque entiendo que si la persona que le asesoró fue la misma que me he encontrado hoy, es normal su absoluto desconocimiento. De eso y de las multas y penas de cárcel para los chicos que repueblan Fraguas, tema del que reconoció no tener conocimiento.
Y es que entre las cosas que yo tenía escritas para contar estaba lo siguiente: Es un error imitar a las economías de las grandes urbes, que andan ahora hablando del ‘green new deal’ (quieren pintar de verde el mismo modelo económico que nos ha llevado a donde estamos) y es un error que las personas de las grandes urbes decidan y legislen sobre las pequeñas.
“Yo no soy nadie para hablar de despoblación aquí”, he dicho nada más empezar. ¿Sabéis quién sí es quién? Esos jóvenes de los que todos hablan cuando sale este tema. Esos jóvenes que se marchan buscando una “vida mejor” que ya no es tal. Marchan a pagar un alquiler imposible con un sueldo de mierda haciendo un trabajo de menor cualificación y con unas condiciones lamentables. Marchan a tragar en un sistema que se niega a perder sus privilegios, subvenciones y visión lineal, heteropatriarcal y anti climática de la economía de este sistema capitalista al límite.
¿Quién ha preguntado a los jóvenes que se van qué quieren, a cambio de qué volverían, quién ha preguntado a estos jóvenes?
Todos hablamos de sitios que no conocemos, se legisla sobre poblaciones y despoblaciones en las que no hemos vivido y hablamos por jóvenes a los que no hemos preguntado. ¿Qué quieren, qué ayudas necesitan para montar sus negocios, qué escuelas tienen para poder llevar a sus hijos si quieren tenerlos; tienen hospitales, bomberos…? No.
Hoy salió en el debate: “fomentar el turismo de bienestar”. ¿Cómo vamos a fomentar el turismo de bienestar en un sitio donde el hospital más próximo está a dos horas? ¿Cómo pretendemos que se tengan hijos en sitios donde no hay escuelas? ¿Cómo queremos que la gente marche a vivir allí donde no tiene carreteras? De verdad, perder de vista que lo público y los servicios sociales son la base de todo, es estar muy ciego.
Perderse en terminología y planes de negocio es absurdo. Están tomando decisiones agentes desconectados de la sociedad sobre la que deciden. Se habla de digitalización. No niego que sea fundamental que llegue la comunicación de todo tipo a estos sitios (desde el transporte colectivo a las redes de carreteras) pero a algunos les importa más que llegue antes el wifi a una casa rural que el asfalto. ¿Y nadie se ha parado a pensar que si se reduce el uso del vehículo privado, como presumiblemente ocurrirá, dada la emergencia climática, se debe facilitar que la gente llegue al destino en tren o autobús?
Claro que no, porque en este país se piensa solo a corto plazo.
Se habla de proteger con ayudas a ganaderos y agricultores del rural; se hace campaña con esto. Debe seguir ayudándose económicamente, pero no puede acabar ahí. No se trata de dar dinero para tapar bocas y cazar votos. Se trata facilitar la distribución de la producción esta gente y de educar. Educar para que nadie que abra un negocio de turismo rural en este tipo de áreas se desvincule del territorio y compre productos industriales y en grandes superficies, por mucho que gane de margen.
Se trata de crear redes sólidas, pensar en clave de comunidad; si uno gana, ganan todos. Las redes son clave. He conocido hoy redes de mujeres rurales. Me ha encantado escuchar eso de que la mujer rural debe hacerse oír, a fin de cuentas, de ella depende que haya descendencia y aumente la población.
Creo que estas redes son fundamentales, igual que creo que la Gobernanza real es fundamental.
Llevamos demasiado tiempo viendo cómo toman otros las decisiones por nosotras. Y mezclo todos los géneros cuando la comparativa la hago con los políticos. Todos debemos tener voz, participar de las decisiones. No puedes dejar al vecino fuera del debate sobre su casa en riesgo de despoblación. Pero tampoco a los jóvenes que ya marcharon.
Las empresas se enfrentan hoy al reto de la intergeneracionalidad, les encanta hablar de esto. Este ejemplo de la empresa privada me gusta y me sirve para ejemplificar lo que quiero dejar claro aquí: la voz de los jóvenes falta en todos estos círculos que toman decisiones. Auguro un futuro muy negro a toda organización que no nos dé voz. A las mujeres y a los jóvenes. Es necesario que formemos parte de todas las políticas.
Es necesario que seamos rebeldes, críticos, contundentes. Que estudiemos, que no callemos. Porque el futuro es desolador.
¿Adivináis cuánta gente votó, entre todas las propuestas que debatimos hoy, la aplicación de los ODS y los criterios climáticos? 1 voto. El mío. ¿No os parece grave? “Me siento muy sola y muy pequeña”, dije hoy. “Greta es más pequeña”, me respondieron. Así es. Yo no debería estar hoy aquí. Pero ella prometió que estaríamos vigilando. Y no pienso dejar de hacerlo ni un segundo de mi vida.
NOTA AL PIE: ESTE ARTÍCULO DE PUBLICÓ ORIGINALMENTE EN LINKEDIN. Y ESTOS FUERON ALGUNOS DE LOS COMENTARIOS QUE SE INCLUÍAN: