Publiqué esto en la revista por suscripción Ballena Blanca, es una entrevista con la Economista Kate Raworth.
- “La economía compartida es en realidad microcapitalismo. Compartir, en la naturaleza, es otra cosa mucho más humana y profunda”
- “La base de nuestros sistemas financieros, políticos y sociales es la creencia de que el PIB puede crecer hasta el infinito. Es un debate que no tiene lugar en las estrategias cortoplacistas de los Gobiernos”
- “Las tasas medioambientales son insuficientes porque las empresas ejercen presión para retrasar su puesta en marcha y los Gobiernos ceden para no perder votos”
Para ella la economía tendría que tener la forma de un donut, de una rosquilla. Kate Raworth (Londres, 1970) preferiría no ser economista, pero lo es, y ha planteado una teoría que rompe con el mercado tal y como lo conocemos. Propone dejar de buscar riqueza a costa de los límites planetarios y la justicia social y acortar diferencias entre ricos y pobres. En su rosquilla el techo ambiental consta de nueve límites planetarios, entre los que están la pérdida de biodiversidad, la contaminación y el cambio climático, situados al borde del círculo. Más allá de ellos, la degradación ambiental es inaceptable. En el centro de la rosquilla están los básicos, doce dimensiones o límites sociales, como la igualdad social, la salud, la energía, el agua, la alimentación. Entre las fronteras sociales y planetarias se encuentra la prosperidad, que es un espacio ambientalmente seguro y socialmente justo. Su teoría fue presentada como un documento de trabajo para Oxfam en 2012, después tomó protagonismo en la Asamblea General de la ONU y en el Global Green Growth Forum, y fue un referente para el movimiento social Occupy London. Su teoría plantea una transición desde la que llama economía del siglo XX a la del XXI, en el que el PIB, un índice finito, sería sustituido por una rosquilla que pone en relación las necesidades humanas con el impacto medioambiental de la economía en la sociedad y la tierra como ente vivo.
Usted estudió economía pero no se siente economista… ¿por qué?
Me defino como economista renegada y me parece razonable. Creo en el concepto griego de economía como el arte de gestionar el hogar. La Universidad debería reconocer que el sistema de producción y distribución depende de la sociedad y del mundo vivo, donde está integrado, y de la salud de ambos. La economía es interdependiente de la salud y los recursos del planeta, son las fuentes a las que recurre. Todos los economistas deberían repensar los indicadores del mundo en el que vivimos y plantearse cómo manejamos nuestros recursos planetarios. Este debería ser el punto de partida: la naturaleza es inherente a la economía.
¿La Economía reduce el papel de la tierra?
Para la Economía todo lo ambiental parece ajeno. La ciencia económica no contempla la dependencia que tenemos de los sistemas vivos del planeta. El lingüista cognitivo George Lakoff mantiene que traducimos la realidad con metáforas reduccionistas. En economía, todo lo que tiene que ver con el daño al planeta se traduce como “externalidades medioambientales”. La teoría dice que para acabar con esas externalidades se ponga un tope a la contaminación, asigne derechos de propiedad mediante cuotas y permita actuar al mercado para que ponga precio al derecho a contaminar. O imponga un equivalente tributario al coste social de la contaminación y luego deje que el mercado decida cuánta contaminación merece la pena emitir. Para medir los efectos perjudiciales de la industria los economistas usan sus herramientas favoritas: tasas, impuestos, cuotas… Lo encuentro incorrecto porque se sigue tratando al medioambiente como algo accesorio.
Cuando llama a huir del planteamiento del siglo pasado, ¿a qué se refiere?
En la década de 1870 los economistas hicieron una analogía entre las leyes del movimiento de Newton y la economía: al igual que la gravedad atraía cosas hacia ella, los precios iban a atraer a la economía al equilibrio. El problema es que mientras que la ciencia avanzó, la economía se quedó en el siglo XIX. Si se trata de manejar tu hogar, primero tienes que entender cómo funciona. Aprender de la psicología, la neurociencia, la sociología, la antropología y la ciencia terrestre. Hay que poner por delante el bienestar humano y planetario y la salud de ambos. El indicador del crecimiento es el PIB, pero debería ser la prosperidad humana. Hay que plantearse qué tipo de mentalidad económica, instituciones, políticas y estructuras hacen falta para ello.
La estructura la tiene clara: una rosquilla…
Los diagramas aspiran a condensar el salto del viejo al nuevo pensamiento económico. El reto es crear economías locales y globales que lleven a todos al espacio seguro y justo de la rosquilla. En lugar de perseguir un PIB cada vez mayor, es hora de descubrir cómo prosperar de forma equilibrada. La economía rosquilla satisface las necesidades de todas las personas, pero dentro de los medios del planeta. ¿Qué tipo de economía del siglo XXI podrá hacer esto?
¿Una que dé de lado al crecimiento?
Todo crece, madura, y después de una fase de lucha y supervivencia, muere. Cuando un ser vivo intenta crecer demasiado o muere o mata al ser o ecosistema del que se nutre, es lo que pasa con las células cancerígenas. ¿Por qué llevamos 200 años creyendo que la economía es el único sistema que se salta esta ley natural? La base de nuestros sistemas financieros, políticos y sociales es la creencia de que el PIB puede crecer hasta el infinito. Es un debate que no tiene lugar en las estrategias cortoplacistas de los Gobiernos.
Quiere cambiar el PIB por la rosquilla…
El Producto Interior Bruto pertenece a lo que yo llamo economía del siglo XX, es una forma de medir la la producción con la que llevan obsesionados desde que 1930. Aquel indicador de progreso resultó útil: les sirvió para compararse con otros países. La OCDE ha hecho clasificaciones desde 1960 para incentivar la competitividad y seguir creciendo. Se ha utilizado para justificar desigualdades extremas de renta y la destrucción del medio natural. Hay muchos aspectos limitantes en esta forma de pensar. El siglo XXI va a incluir otras métricas que respeten los derechos humanos de todas las personas y el planeta.
¿Por qué es tan importante el medioambiente en su sistema?
El bienestar humano depende de la tierra viva. Si queremos tener suficiente comida, necesitamos suelos fértiles y un clima estable. Si queremos vivir de forma saludable, necesitamos aire limpio y una capa de ozono. Nuestro bienestar depende de los sistemas de soporte de vida de la Tierra. Estos apenas se entendieron el siglo pasado y se dejaron al margen de la teoría económica. Es hora de ponerlos en el centro de nuestra visión del bienestar.
¿Cómo propone su teoría repartir la riqueza?
Hay que pre-distribuir las fuentes del crecimiento y de conocimiento. Por ejemplo, apoyar la propiedad distribuida, compartida, de energías renovables y apoyar que las comunidades sean propietarias. El crecimiento de las licencias de código abierto son conocimiento de forma distributiva; en cuanto a la vivienda, apoyar un modelo más distributivo, por ejemplo por cooperativas. La reforma se antoja profunda. Más que confiar en la redistribución de los ingresos, hay que plantear instituciones más distributivas y pensar cómo crear una economía con tecnología, con diseño.
¿Cuándo podremos verla implementada como sistema?
Aún no está lista para ser aplicada. Ha habido gente que me ha pedido ayuda para adaptar este modelo a su ciudad o su urbe o país, a nivel nacional o local o comunitario. Quiero empezar a trabajar; planeo ponerlo en marcha dado el interés que está generando. Estoy empezando a trabajar con personas interesadas y pensando una herramienta que aúne un enfoque ambiental con justicia social, tener un panel que monitorice todo y su comportamiento en relación al bienestar de todos. Habría que plantear su puesta en marcha a nivel local y cuáles serían los mínimos; los indicadores deben ser locales y relevantes.
¿Las ciudades son eficientes tejiendo redes?
Son sitios estupendos para crear redes de colaboración. Hemos pasado por una fase en que la gente era más probable que compartiera una noticia con alguien al otro lado del mundo que fuera capaz de hablar con sus vecinos. Están surgiendo redes vecinales o comunitarias, por ejemplo en Holanda (http://gebiedonline.nl). Esta plataforma online de gobernanza ayuda a conocer a tus vecinos, es muy auténtica. Lleva cinco años en línea y la gente ha dejado de insultarse detrás del anonimato. Se nota en el respeto: se juntan para limpiar calles, cuidar un huerto urbano, hacer llegar peticiones al Gobierno…
¿Y qué métricas ayudan a manejar nuestro hogar?
Hay que diseñar nuevos conceptos en los que se basará esa economía. Durante el siglo XX las tecnologías y las instituciones estaban centralizadas en control y propiedad y en cómo redistribuir los ingresos, con lo que asumíamos que tanto la economía como la propiedad eran desiguales y arrojaban ingresos muy desiguales. Estamos en el siglo del Internet de las Cosas y del Big Data y vamos a tener mejores métricas para tener una información más precisa de la acidificación de los océanos, el CO2… Gracias a eso va a ser más fácil medir la salud de las personas. Hace falta una economía distributiva y regenerativa, que tenga en cuenta las necesidades de la gente y del planeta.
¿En qué se diferencian la gestión centralizada y distributiva?
Pensemos en la energía fósil; se extraía, se refinaba y se vendía, eso era una gestión centralizada, en manos de una empresa que tiene los derechos de una explotación y gestiona todo. En el caso de la energía, la distribución por diseño serían las pequeñas estaciones solares de una casa. En el siglo XX la propiedad se volvió muy importante, un campo de batallas entre compañías, con sus patentes y la propiedad intelectual. Se boicoteaban para que la innovación no creciera. Hoy tenemos ‘creative commons’, licencias de uso colectivas y estándares abiertos, otra forma de distribución por diseño. En materia de instituciones, se puede aplicar el mismo modelo y cambiaría su comportamiento.
¿Cree en la economía compartida?
Los cambios de modelo, tecnológicos y de uso siempre van a traer de la mano posibilidades muy distintas, pero la palabra compartir implica otras cosas más humanas y profundas en la naturaleza. Nunca llamaría a Airbnb economía compartida. Esto es micro capitalismo, sigue siendo alquiler, no es compartir aunque el término esté tan extendido. La tecnología no siempre aboga por distribuir de forma igualitaria los recursos. La red, por ejemplo, está dominada Facebook, Ebay, Google… unas pocas empresas empresas toman ventaja de las redes en las que están.
¿Internet tiene marcha atrás?
Internet 2.0 se ha vuelto algo muy concentrado, pero no siempre fue así. Internet 1.0 alojaba redes más auténticas, con más valor. Estamos en los inicios de Internet 3.0; la gente está empezando a reaccionar, a rebelarse contra todo, a entender los efectos negativos de esas redes, de ese Internet. Les preocupa la privacidad, los precios de los alquileres… Internet tendrá un valor distinto si somos capaces de crear, de tejer otro tipo de redes de colaboración: más pequeñas, mejor conectadas entre sí y no dominadas por los grandes de Internet.
¿Qué papel tienen que jugar los Gobiernos?
Deben lanzar un mensaje alto, claro y legal. El Gobierno debería tener esa visión, hacer leyes para crear esta economía. No pueden asumir que todo va a surgir de la innovación del sector: deben tomar parte. Hay gente con intención de cambiar cosas, desde los Gobiernos locales a comunitarios, pero forman parte de un sistema más grande que ellos que habla el idioma de la competitividad y el crecimiento. Se pactó reducir las emisiones contaminantes para 2020 pero muchos países no lo habrán conseguido porque todo se sigue movimiento por métricas económicas.
¿No es partidaria de poner freno a los abusos medioambientales con impuestos?
Los impuestos, las cuotas y los precios escalonados pueden contribuir a aliviar la presión que la humanidad ejerce sobre las fuentes de la Tierra, pero es insuficiente. Las empresas ejercen presión para retrasar su puesta en práctica o reducir los tipos fiscales, obtener bonificaciones… Los gobiernos ceden porque temen que su país pueda perder competitividad o su partido pierda votos. Las cuotas e impuestos que limitan las existencias y reducen los flujos de contaminación pretenden cambiar el comportamiento de un sistema; pero son palancas de baja influencia. Cuando la industria va de hacer, usar y tirar, los incentivos no evitan que los recursos se agoten; lo que se necesita es un paradigma de diseño regenerativo que cambie las empresas.
¿Y por dónde empezamos?
Por ejemplo, por sacar del mercado los plásticos de un solo uso y los productos con obsolescencia. Hay que crear un ecosistema de materiales distinto al que tenemos y hacerlo de la mano de las empresas. Algunas empresas tienen en sus plantillas algunos de los ingenieros y diseñadores más ingeniosos y brillantes, estoy segura de que harían diseños más efectivos si fuera su objetivo. Hay que pensar que todos los materiales, sean biológicos o técnicos, sean metales, fibras que no se descomponen naturalmente deben ser diseñados para ser reutilizados o reacondicionados y en última instancia, reciclados. Los teléfonos por ejemplo; en 2010 solo se reutilizaron el 6%, el 9% se desmontó para reciclar y el 85% fue al vertedero. Se tiene que diseñar de otra forma.
¿Cómo deberíamos cambiar entonces la forma de hacer negocios?
Planteándonos: ¿por qué una compañía puede explotar los recursos de la tierra con la bandera de conseguir beneficios y aumentar las ventas?, ¿por qué tienen en derecho de socavar los derechos sociales? El diseño de las empresas del siglo XXI tienen que generar valor social, ambiental y cultural y compartir y beneficiar la cocreación y devolver al planeta del que dependemos. Entonces, de pronto las empresas viejas se van a quedar realmente viejas, caducas, no van a tener sitio. Pero, cuidado, hay empresas que quieren repensar sus modelos y puede pasar como con la mal llamada economía colaborativa: que sean negocios de antes con el disfraz de nuevo.
¿Cómo prevé que se haga la transición?
Habrá viejos agentes que se transformarán para formar parte del nuevos sistema, pero va a ser costoso. Las compañías seguirán intentando contabilizar y maximizar sus ventas y cuánto margen pueden sacar de sus diseños. Pero habrá casos de éxito, diseños y transformaciones que marquen el camino para los que quieran seguirles y que podamos celebrar. Y habrá muchas batallas entre medias. No será fácil ni suave; la transformación tiene mucho que ver con el poder y éste siempre se resiste al cambio. Se necesita un ecosistema adecuado para que las empresas florezcan y un sistema que apoye y sostenga este nuevo mundo que viene. Por ejemplo, el rediseño que plantea la rosquilla consiste en que las compañías podrían empezar a vender servicios en vez de productos: iluminación en lugar de bombillas.
¿Qué ejemplos conoce que estén en este nuevo paradigma?
El director ejecutivo de Unilever, Paul Polman, está intentando reinventar la compañía, darle un propósito siglo XXI, pero sigue estando en manos del mercado, cotiza en bolsa, sigue rigiéndose por el cortoplacismo. Patagonia es una empresa que de base tiene un sistema distinto, que trabaja para cambiar el sistema en el que vivimos. Yvon Chouinard (1938, Lewiston) la fundó sobre valores realmente medioambientales –es escalador y ecologista– y así la filosofía de marca. O Houdini, fundada en la base de los límites planetarios. Las empresas pueden pensar que su sistema no puede aplicarse en el mundo en el que vivimos, en donde casi todo es extractivo o tiene obsolescencia. Yo hablo también en mi teoría de la ética: supongo que no es muy ético fabricar algo que sabes que se va a romper.
¿Las pequeñas empresas tienen más posibilidades de transformarse en empresas del siglo XXI?
Es cierto que las ‘start-up’, a priori, tienen más posibilidades de cambiar sus estructuras o de nacer con un modelo de negocio más circular, pero cuando hablo con ellas, lo que más repiten es que tienen que crecer, es lo que más les importa, en lo que está basado su modelo. Todas están compitiendo en el mismo terreno de juego, aunque a veces en mundos paralelos. Puedes centrar tus esfuerzos en ser sostenible y regenerador pero en última instancia depende de la estructura de la compañía. Obtener el mayor retorno y beneficios posible debe dejar de ser la meta. Y la base debe ser la protección ambiental, no puede ser algo accesorio.
¿Por cierto, para qué tener tantos modelos, no sería mejor aunarlos todos para hacer más fuerza y cambiar las cosas?
La economía está evolucionando y la forma de evolucionar es a través de pequeños caminos alternativos, están apareciendo muchas formas de hacer las cosas bien. Me siento muy en línea con la economía azul, la circular… pero no tengo ninguna intención de elegir entre todos ellos, porque creo en la diversidad. Cuando un Gobierno regule él será quien diga cuál es el referente, la medida por la que se tienen que regir las empresas. Estamos en un momento en el que tenemos que reimaginar y necesitamos a mucha gente reimaginando. Me siento parte de un equipo estupendo de ‘re-imaginadores’.
Trump no se encuentra entre esos re-imaginadores… ¿Qué cree que le parecería a él su modelo?
Él duda de la existencia del cambio climático. De forma muy efectiva ha lanzado mensajes simples y poderosos que llamaban a la gente a construir una barrera para dejar fuera el cambio climático, recuperar el carbón. Está volviendo hacia un modelo económico que hizo prosperar la economía americana en 1960, cuando crecía muy deprisa, cuando el carbón era la forma de energía más habitual y no entendíamos los peligros de degradar el medioambiente.
Mantiene que las cosas están cambiando, pero un negacionista del cambio climático ganó las elecciones…
Porque la complejidad del mundo es abrumadora y porque no tenemos alternativa positiva al mundo que queremos crear. Su elección ha tenido un impacto dramático en las normativas, pero también ha subido el nivel de implicación de los líderes locales que han pensado: “Bueno, si él no va a gobernar, tendremos que hacer algo”. Y mucha gente ha alzado la voz y esa corriente, esa rabia puede ser muy beneficiosa para cambiar las cosas; el extremismo con el que está gobernando, tratando a patadas las regulaciones medioambientales, ha provocado que gente que no se preocupaba de casi nada o no tomaba partido por nada se implique.
¿La rosquilla acabará con la desigualdad?
El 45% de las emisiones contaminantes parten de la demanda de un 10% de la población. Hay una enorme diferencia en el uso que se hace de los recursos planetarios. Uno de los principales propósitos de la rosquilla es crear una economía regeneradora y reducir la brecha; eliminar los extremos en el bienestar. Y una de las razones por las que he insistido tanto en los límites planetarios es por el cambio climático. Sé que es un proyecto muy audaz para el siglo XXI, pero es precisamente este el tipo de proyecto que debemos abordar, porque no podemos dejar este legado a los que vengan después y los hijos de éstos. Y debemos sentirnos orgullosos de ponérnoslo como meta.
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